
¿Cómo educar con límites positivos y flexibles?
¿Qué son los límites?
Los límites son normas, guías o pautas de comportamiento que sirven para mantener relaciones de respeto hacia uno mismo y hacia los demás.
Si os paráis a pensar un momento, os daréis cuenta de que los límites se encuentran por todas partes:
Los límites individuales, por ejemplo, son aquellas actitudes o situaciones que tú como individuo toleras o no toleras (personalidad).
Los límites familiares suelen ser las rutinas, actitudes o situaciones que, como familia, llevamos a cabo, por ejemplo, comer sin televisión, la hora de la cena, la comunicación de los miembros familiares o la forma de resolver los conflictos (entorno).
Los límites sociales son las conductas que como sociedad admitimos como correctas o buenas (comunidad).
Los límites escolares son las normas que hay en la escuela para la correcta convivencia dentro de este espacio (educación).
Los límites nos orientan y nos aportan seguridad porque si sabemos qué comportamientos o actitudes son correctas o adecuadas podemos adaptarnos mejor a las situaciones y, por lo tanto, tener convivencias más positivas.
¿Qué significan los límites positivos en la educación de los hijos e hijas?
Poner límites positivos a los niños y niñas significa enseñarles a respetar las normas de convivencia, para que cuando crezcan sepan adaptarse a las diferentes situaciones que tendrán que vivir.
¿Cuáles son los dos obstáculos más importantes que nos encontramos ante los límites?
El primer obstáculo es nuestra propia personalidad como madres o padres y el segundo es la personalidad de cada niño o niña.
No es lo mismo una persona permisiva que una persona estricta, y no es lo mismo una persona nerviosa que una persona tranquila. Cada personalidad, cada madre o padre deberá trabajar de una forma o de otra dependiendo de cómo es y de cómo es la personita a la que está educando. No es lo mismo educar a un niño o niña más racional que educar a un niño o niña más visceral (mientras a uno/a hay que enseñarle herramientas de activación, al otro/a hay que enseñarle herramientas de moderación).
Ni mejor ni peor, ni bueno ni malo, cada característica de la personalidad necesita unas herramientas determinadas para potenciar de forma positiva el desarrollo del niño o niña.
Te has de vestir solo, comemos a las 19h, no se pega o se insulta a los demás, recogemos la mesa cuando se ha terminado de comer, hay que disculparse cuando te equivocas, etc. son límites sencillos que todos y todas entendemos, pero ser capaz de convertirlos en una rutina para la buena convivencia es algo más complejo.
La falta de tiempo, la permisividad o la ausencia de consecuencias firmes son algunos de los motivos por los que mantener los límites se convierte en una pelea continua.
Falta de tiempo: como no tenemos tiempo vestimos al niño o niña, les preparamos la mochila, les ponemos a ver la tele para poder trabajar o descansar, no tenemos paciencia, etc.
Si haces por tus hijos/as todo lo que deberían hacer ellos por sí mismos les quitas la posibilidad de aprender, de equivocarse, de aburrirse, de imaginar, de probar estrategias diferentes…
La permisividad: Creer que no es para tanto y hacerlo tú, no regañarle para no tener que pelearte, irte de los sitios para evitar una pataleta, poner consecuencias poco efectivas o intermitentes, etc.
La permisividad puede esconder falta de decisión, miedo a los conflictos, necesidad de aprobación, etc.
No podemos confundir el amor, el mimo o el cariño con la sumisión. Un niño o niña no puede ser quien dirija nuestra vida. Además de madres y padres somos parejas, amigos y amigas, compañeros y compañeras, mujeres, hombres, personas y, como tal, también tenemos otros muchos roles que necesitamos desempeñar.
Es evidente que el papel de madre o padre está por encima del resto, pero tienen que tener cabida los demás, y para que tengan cabida hay que dar espacio a esos otros roles. Un espacio que vuestros hijos e hijas lucharán por poseer porque para ellos solo existe el rol de madre o padre y poco les importa si tenéis tiempo o no, si perdéis amistades o si estáis estresados en el trabajo.
Mimar significa dar abrazos, comprensión y apoyo y consentir significa dejar que haga lo que quiera.
Vamos a poner un ejemplo:
Para comer hay verdura y tu hijo o hija dice que no le gusta y no se la come. Tú quieres que se alimente bien y que no se quede con hambre, por lo tanto, le haces otra comida.
¿Qué aprende tu hijo/a? Que estás para servirle, que tu tiempo no es importante y que tiene el poder de decidir sobre lo que sucede.
¿Qué implicación tiene para ti? Más trabajo y menos tiempo.
Ojo, no quiere decir que no podamos poner límites flexibles: Hoy hay verdura para comer, ¿qué prefieres, judías o espinacas?
Tampoco quiere decir que, excepcionalmente y en momentos determinados, podamos cambiarle ese día la comida o hacerle algo distinto, pero una excepción es solo eso, una excepción.
La ausencia de consecuencias firmes:
Las consecuencias son herramientas de aprendizaje que nos ayudan a entender que toda acción tiene un resultado. Si mi acción es positiva, mi resultado será positivo, si mi acción es negativa, mi resultado será negativo.
Las consecuencias:
- Deben ser lo más cercanas en el tiempo (el efecto se diluye si la consecuencia está lejos en el tiempo).
- Tienen que ser firmes y constantes (lo que hoy es no, mañana también ha de serlo).
- Deben ir acompañadas de una explicación, del motivo por el cual tiene la consecuencia y lo que va a durar (hoy no comerás la merienda especial porque esta mañana no te has vestido solo/a).
- Cuando termina la consecuencia hemos de animar y reforzar positivamente al niño o niña por haber aceptado y cumplido la consecuencia (has estado todo el día sin pantallas y lo has hecho muy bien).
- Deben cumplirse de principio a fin (no vale levantar la consecuencia solo porque a priori haya tenido buen comportamiento o porque nos convenga por algún otro motivo).
- Tienen que ser realistas y nunca desmedidas (no comer la verdura o no vestirse solo no pueden tener una consecuencia que dure una semana).
- Las consecuencias no deben ser tareas (como no has querido comer la verdura tirarás la basura toda la semana). Las tareas son responsabilidades que hay que compartir, si la consecuencia es una tarea verán ayudar y colaborar como un castigo.
Nuestro enfado como madres y padres ante situaciones más graves (pegar, insultar, actitudes violentas, lenguaje violento, etc.) también es una consecuencia y hay que ejercerla y expresarla con mucho amor, pero con mucha firmeza.
- Esto que ha ocurrido me pone muy triste porque considero que en casa no decimos esas cosas.
- Esto que ha sucedido es muy grave y me siento muy enfadado porque actuar de esa forma no es bueno ni positivo.
La forma que tengáis de reaccionar ante ciertas actitudes enseña a los niños/as a distinguir la gravedad de lo que han hecho. Si reaccionamos a todo con el mismo tono o temple no entenderán que hay escalas en el comportamiento y creerán que es igual de grave no vestirse solo que pegar a otro niño o niña.
Veamos qué sucede con los niños y niñas que no tienen límites o, por el contrario, los niños y niñas que tienen demasiados límites.
Las personas que no tienen límites suelen ser de personalidad egocéntrica, caprichosa, déspota e insegura, pero, ¿por qué?
Cuando los niños y niñas no reciben límites suficientes quiere decir que hacen prácticamente lo que les da la gana, en pocas palabras, mandan en casa y como mandan en casa creen que son el centro del universo y se vuelven egocéntricos y caprichosos porque están acostumbrados a dirigir y a que se cumplan todos sus deseos. Esto, a su vez, provoca que se vuelvan déspotas y muy exigentes porque no conocen la espera ni saben cómo gestionar la frustración, por lo que estallan cada vez que algo no es como ellos quieren (todo va bien hasta que se les dices un “no”).
Todo esto trae una consecuencia todavía mayor, la inseguridad. ¿Qué tiene que ver la inseguridad con los límites? Veréis, los límites ponen a prueba una de las herramientas mentales más potentes que tenemos las personas, la flexibilidad y la adaptación, y cuando esos límites no existen quiere decir que no ha tenido que adaptarse a nada y, si no ha tenido que adaptarse a nada, tampoco ha aprendido a ser flexible y la consecuencia inmediata es que se sienten inseguros ante todo aquello que no conocen.
Por ejemplo, una niña que en casa siempre come lo que quiere, el día de mañana tendrá más problemas a la hora de adaptarse a comer fuera porque nadie le preparará la comida que ella quiere o de la forma exacta en que ella la quiere.
O un niño que ante los obstáculos empuje, pegue o insulte y se le permita tener esa actitud porque su entorno es demasiado permisivo, el día de mañana le costará mucho más resolver los conflictos o comunicarse con sus iguales.
Veamos ahora qué sucede con unos límites excesivos o rígidos:
Las personas que tienen excesivos límites suelen ser de personalidad rígida, intolerante, desconfiada e insegura, pero, ¿por qué?
Cuando los niños y las niñas reciben un exceso de límites quiere decir que son dirigidas en todo momento y, por lo tanto, no eligen nada, y si no eligen nada no desarrollan su propio criterio ni desarrollan sus propias herramientas y acaban siendo una copia de quienes les ponen los límites y, como consecuencia, se vuelven rígidos y desconfiados de todo lo que se salga de los límites que conocen.
¿Por qué también se vuelven personas inseguras? Pues pasa lo mismo que con la falta de límites, no saben adaptarse ni ser flexibles y, por lo tanto, sienten inseguridad ante todo lo que no controlan.
Por ejemplo, un niño al que no permiten que se caiga nunca porque su entorno lo sobreprotege no aprenderá a caerse ni a levantarse ni a gestionar el dolor.
O si, por ejemplo, no le permiten que escoja nada porque todo se lo imponen no aprenderá a elegir ni comprenderá cuáles son sus verdaderos gustos o necesidades.
Ahora ya sabemos cómo pueden afectar el exceso o el defecto de límites, pero, ¿qué es lo que hace que sean tan importantes en el desarrollo humano?
Los límites son aquellos comportamientos que toleramos o no toleramos en nosotros mismos y en los demás y son necesarios para entender que no todo vale y que cada persona y cada situación es diferente, ni mejor ni peor ni buena ni mala, solo situaciones diferentes.
Cuando un niño o niña aprende que no todo vale, aprende a adaptarse porque entiende que la vida es plural, aprende a ser flexible porque comprende que los demás también son importantes, aprende a ser empático porque sabe que hay que tener en cuenta lo que quieren o necesitan los otros, aprende a respetar las opiniones porque entiende que no es el centro del universo.
Los límites que los niños y niñas reciben en su casa o en su entorno preparan a esa persona para la vida, le otorgan herramientas para enfrentarse a los obstáculos, a las barreras, a las diferentes situaciones y personas que se encontrará por el camino. Si ha recibido límites positivos, sus herramientas serán fuertes y flexibles y sentirá seguridad porque sabrá qué hacer en todo momento.
Si, en cambio, en su casa o entorno los límites son difusos o excesivamente rígidos sus herramientas serán débiles y herméticas porque solo tendrá interiorizada una cosa, vale solo lo que yo quiero o conozco. ¿Qué pasará cuando salga al mundo? Que de repente nada será como espera y sentirá miedo e inseguridad porque el mundo es un lugar plural y no sabrá adaptarse.
El problema es que nadie puede decirte exactamente qué límites son los adecuados porque dependen de los tuyos propios, pero sí podemos nombrar algunos puntos que nos orientarán en este proceso:
Los límites positivos son flexibles porque permiten excepciones y una pequeña negociación.
Te vistes solo/a, pero te ayudo el día que estás más cansado o más sensible.
Hay verdura para comer, ¿prefieres acelgas o brócoli?
En casa puedes saltar en la cama o en el sofá, pero fuera de casa no puedes hacerlo o debes preguntar primero.
A la hora de comer no comemos con pan, pero si comemos fuera de casa podemos hacer una excepción.
Esta es la parte fácil, la teoría, porque la práctica es otra historia. Así que, haz autocrítica, en el fondo todas y todos sabemos dónde flojeamos y qué pensamientos suenan en nuestra cabeza y utilizamos como excusa:
- No pasa nada, ya cambiará con el tiempo (nada cambia por sí solo).
- Pobrecito/a, si no me cuesta nada hacerlo. Prefiero no pelear, ya lo hago yo, no me cuesta nada (cuesta tiempo, esfuerzo, cansancio, paciencia).
- Son cosas de chiquillos/as (solo jugar es cosas de niños y niñas, no las patadas ni los empujones, ni los insultos).
Eres tú, como madre o padre, quien ha de cambiar de actitud, no tu hijo o hija, ellos y ellas cambiarán como resultado de tus cambios.
No todos los límites permiten flexibilidad y excepción
Pegar no permite flexibilidad, insultar no permite excepción y cuando un niño o niña tiene esa forma de enfrentarse a las relaciones hay que examinar nuestra propia actitud:
¿Dónde somos demasiado permisivos? ¿Hemos puesto pocas consecuencias efectivas? ¿Quizás hemos puesto demasiados límites o muy rígidos?
¿Lo hace para llamar la atención o lo hace porque le faltan herramientas sociales?
¿Estamos dando buen ejemplo en casa?
El refuerzo positivo
El refuerzo positivo es una herramienta que se utiliza cuando queremos que una conducta aumente su frecuencia o se establezca en el tiempo.
- Qué bien te has vestido solo/a hoy, cada día lo haces mejor.
- Hoy has reaccionado muy bien en el parque, estoy muy orgullosa/o de ti.
- Te has comido toda la verdura del plato, hoy podrás elegir el postre.
- Si te haces la cama todos los días, el sábado desayunaremos lo que más te gusta.
Es muy importante dar refuerzos positivos verbales constantemente, aunque puedas pensar que son tareas sencillas, para ellos significa que valoramos su esfuerzo, que estamos pendientes de sus mejoras y que intentamos ayudarles, por lo que se sienten amados y protegidos.
Los refuerzos positivos materiales también son una poderosa herramienta, pero solo se deben utilizar en determinadas situaciones y de forma puntual, sino podemos provocar que nos chantajee cada vez que quiera conseguir algo (si me lo compras, lo hago).
Los límites positivos (flexibles y firmes) son un trabajo duro y cansado, un trabajo de revisión constante y continuos errores y reajustes. Para educar a personas fuertes y seguras, personas con capacidad de adaptación y empatía debes dedicar mucho esfuerzo a sacar la mejor versión de ti.
Como madre y padre tienes la responsabilidad de enseñar a tus hijos e hijas a valerse por sí mismos y a enfrentarse al mundo con todas las herramientas positivas habidas y por haber, los niños y niñas son solo hojas en blanco que escribirán su futuro dependiendo de lo mucho o poco que te plantees las cosas, de lo mucho o poco que decidas implicarte en su educación emocional, de lo mucho o poco que te replantees si lo estás haciendo bien, porque para que puedan ser felices, la primera herramienta que debes utilizar es la duda, ¿dónde lo estoy haciendo bien y dónde mal? ¿En qué me estoy equivocando? Y, ¿cómo lo puedo hacer mejor?
Vani. G Leal, Psicóloga.
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